Caminaba una noche tranquilo, solitario. Meditaba brevemente
sobre los caminos que la vida estaba preparando para mí actualmente. Todo esto
era tan repentino, me había tomado con la guardia baja, ¿Cómo iba yo a saberlo?
Poco a poco, con las manos en los bolsillos de mi jaquet de
cuero, sentía como el frío corría por mi cuerpo, mi aliento se manifestaba en
pequeñas nubes que salían de mi boca, entonces, decidí detenerme bajo una
lámpara que se encontraba alumbrando solitaria, y encendí un cigarrillo. Nadie.
No había nadie. Estaba solo. El cigarrillo y yo.
Sentía cómo iba apagando el alma efímera de este, que se iba
con cada aspirada que yo le daba, y a cambio de esto, él se llevaba también
parte de mi vida. Todo seguía solitario, todos dormían. Estaba acostumbrado a
esto, a la soledad. Más de lo que quisiera en realidad.
Poco a poco, al final de la calle, comencé a divisar un
bulto extraño, se acercaba lentamente hacia mí, como una mancha blanca en la
oscuridad. Cuando se encontraba a una distancia prudente, la vi: Una mujer, de
blanco vestido, con un elegante andar y una hermosura tremenda. Venía
tarareando Korobeiniki, mientras me miraba de manera intrigante.
Sus grandes y oscuros ojos se posaron en mi rosto, no pude
evitar sentir un pequeño escalofrío cuando ella, bajo la luz de esa lámpara en
la que ahora estábamos los dos, se posó frente a mí.
¿Qué quería? ¿Cómo iba yo a saberlo? Tan solo estaba allí,
mirándome y sonreía mientras seguía tarareando. Luego de unos segundos así (que
para mí fueron horas, absorto en su belleza), y mientras el cigarrillo
continuaba consumiéndose a sí mismo, pues hace rato había yo dejado de aspirar
su maligno humo; ella habló, solo dijo dos palabras en una angelical voz: “Te
quiero”.
Luego de esto me dio la espalda y, ¡Sorpresa y terror los
míos! ¡Tenía esta bañada en sangre! Volvió su rostro con la misma angelical
sonrisa y la lámpara donde estábamos se apagó un segundo. Al volver la luz,
estaba solo nuevamente.
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