sábado, 22 de abril de 2017

Amor desde el más allá

Y él la miraba con el amor más puro. Él la amaba con todo su ser, la visitaba cada mañana, le acariciaba el rostro como si fuese un suave respiro, le daba besos en la frente con cada gota de lluvia y, cada noche, antes de que ella se marchara a dormir, le dejaba una rosa, blanca como su piel, sobre su suave sábana de seda.
Él la admiraba, la soñaba, anhelaba estar a su lado, compartir la fría eternidad e iluminar un poco la eterna oscuridad con esa muchacha hermosa, reluciente.
Ella no se percataba nunca de todo esto que él sentía, sin embargo, guardaba todas y cada una de las rosas que desde hacía dos años aparecían cada noche en su cama, preguntándose quién sería el que allí las dejaba.
Sentía temor al pensar en ello, pero, a su vez, curiosidad y fascinación por aquel que tanto le admiraba a ella en secreto.
Él anhelaba con todo su ser poder confesarle sus sentimientos, pero cada día que se sentía listo para hacerlo, justo en el momento en que se dirigía hacia ella, las dudas y los temores le atacaban y el joven se daba media vuelta y huía; porque, ¿Quién iba a aceptar la relación entre ella, una joven hermosa, alegre y atrayente y él, un pobre desamparado, frío y lleno de dolor, con 20 años de muerto?
El joven fantasma le seguía a donde ella fuese, la admiraba, la visitaba y la amaba, así en secreto, mas nunca le confesó su amor.
La hermosa dama, nunca se casó, en espera del día en que su admirador, que cada día seguía aún desde hacía ya 67 años dejándole rosas en su cama, se le confesara por fin.
Y así fue hasta el día de la muerte de la dama, quien una vez por fin dejó este mundo, se pudo reunir con su añorado amante, quien, a pesar de nunca haber charlado, ya se conocían a la perfección el uno al otro.


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