lunes, 25 de septiembre de 2017

El destino del caballero

El caballero cabalgaba rumbo al castillo de su amada, iba a paso lento, no había prisa. Pensaba en lo dichoso que era, en cuánto la amaba y en cuánto ella lo amaba a él. Pensaba también en lo bien que le había ido a partir del día en que la conoció en la fiesta del rey.
"Definitivamente ella no es de este mundo -se decía a si mismo- ha de ser un ángel o un ser celestial". Sonreía y pensaba en ello.
Recordaba cuán hermoso era el vestido que ella llevaba esa primera vez que se hablaron, e incluso lo avergonzado que se sentía al recordar la pobre vestimenta que él portaba en aquel momento.
Para su dicha, ella no se dejaba guiar por apariencias.
Sus bellos ojos, sus lindos cabellos y su cálido aliento,  ella  era perfecta,  realmente.
Mientras en esto pensaba, su caballo caminaba afablemente.  Al llegar a la colina desde la que se divisaba el castillo de su amada, miró el sol del atardecer por detrás de este, y se sintió agradecido con Dios por una vida tan buena. Definitivamente su prometida lo estaría esperando ansiosa, con una grata cena y mucho amor, después de todo, la guerra había sido dura, pero por dicha, había terminado ya.
Luego de un buen rato de andar, ya estaba a punto de llegar. El castillo se veía acogedor, iluminado con antorchas en la estrellada noche que acababa de comenzar, lo invitaba a entrar en él y resguardarse.
Los guardas no lo volvieron a ver siquiera cuando cruzó el portón de la gran muralla, de seguro estaban muy ocupados en su trabajo. No le tomó importancia a esto y siguió con su camino.
Dejó su caballo en el establo, con agua y comida, donde sin duda podría descansar bajo los mejores cuidados, aunque el animal no parecía querer probar bocado.
Le extrañó esto, pero igual decidió entrar presuroso al castillo, ya que su amada sin duda lo estaría esperando.
Cruzó el gran umbral y llegó al salón principal. Esperaba encontrar una gran fiesta, pero en su lugar todo estaba silencioso. Solo un par de sirvientes caminaban rumbo a sus aposentos, pero ninguno lo volteó siquiera a ver. Esto lo extrañó, pero decidió ir a buscar a su amada.
Corrió hacia su recamara, y allí la encontró, llorando.
"¡Mi amada, mi luz del alba! -dijo el caballero- ¿Por qué lloras? ¡Por fin he regresado!".
Pero su amada ni siquiera le prestó atención. Solamente lloraba mientras colocaba una carta en su mesa de noche.
"¡Hermosa mía! ¿Qué te sucede?" - preguntó nuevamente el caballero.
Pero no hubo respuesta.
Se sentía impotente, devastado. ¿Qué estaba pasando?
Se acercó rápidamente a su prometida y la abrazó (o al menos lo intentó), porque, de alguna manera, era como si ella ya no estuviera allí, como si fuese inmaterial, pues cada vez que la intentaba abrazar, la atravesaba, era como si ella fuese un fantasma... O quizás él fuese el fantasma.
Absorto, confundido y asustado, retrocedió y miró la carta que su amada había dejado en su mesa de noche:

"Saludos, lady. Con todo pesar hemos de informar que su prometido ha caído en batalla. Con toda valentía dio la vida por su rey, el mayor honor de un caballero".

A los demás nada les había pasado, era él quien había muerto ¡Y no se había dado cuenta!


viernes, 22 de septiembre de 2017

A veces los héroes solo pueden brindar un pañuelo

Y allí estaba yo aquella noche, mirando el río desde el puentecito. Definitivamente, si quería acabar con mi vida, este no era el lugar indicado, lo más que podría llevarme de ello era un buen chichón.
Pero me alegraba en parte saberlo. Quería dejar de vivir, pero no quería acabar con mi vida.
La luz del alumbrado público me iluminaba las espaldas y dejaba mi rostro sumido en las sombras, entonces, ¿Cómo supo ella que estaba llorando en aquel instante? Debía de ser un ángel (o tal vez escuchó mis bramidos y se apiadó de mi), la cuestión es que, allí apareció ella, con su mirada hermosa, su sonrisa cálida y un pañuelo blanco. "Yo sé que la vida es dura - me dijo - pero no se vale rendirse".

Cada vez más cerca de ti

martes, 13 de junio de 2017

Psicopatía demoníaca.

Siempre juré que ya no me importabas. Desde la última vez que nos vimos, decidí que lo nuestro, por lo menos de mi parte, había terminado.
Siempre pensé que mi alma ya no sentía nada por ti, inclusive mi corazón te aborrecía... O al menos eso pensaba.
Cuando tomé la decisión de cambiar de vida, de dejar la oscuridad en la que me sumías, sentí alegría, una alegría como nunca antes. Habías dejado de visitarme, de molestarme. Por fin tendría una vida normal.
Incluso pude formar una familia. Conocí a alguien que me hizo sentir lleno, y a pesar de lo sumido en el dolor que me habías dejado, esa persona me rescató y me mostró lo que era es el amor. Jamás fui tan feliz.
Tuvimos dos hijos, un niño y una niña, realmente era todo como un buen sueño, y yo, no quería despertar.
Sin embargo, aquí estamos, nuevamente, tú y yo.  ¿Qué quieres de mi?
Todo te lo di. Aquella noche en la que me pediste acabar con todo, no lo dudé. Jamás olvidaré la mirada vidriosa de la que una vez fue la persona que más amé en este mundo, cuando ya, sin vida, aún la apuñalaba una y otra y otra vez, como a un costal relleno de carne. Ni mucho menos el como los niños nunca se resistieron al eterno sueño en que los sumergí con sus propias almohadas, uno por uno.
Y aquí estoy, y te veo caminar, gigantesco, monstruoso; con tus ojos más brillantes que nunca, y yo, miserable, no entiendo lo que buscas, no entiendo lo que quieres.

sábado, 22 de abril de 2017

Amor desde el más allá

Y él la miraba con el amor más puro. Él la amaba con todo su ser, la visitaba cada mañana, le acariciaba el rostro como si fuese un suave respiro, le daba besos en la frente con cada gota de lluvia y, cada noche, antes de que ella se marchara a dormir, le dejaba una rosa, blanca como su piel, sobre su suave sábana de seda.
Él la admiraba, la soñaba, anhelaba estar a su lado, compartir la fría eternidad e iluminar un poco la eterna oscuridad con esa muchacha hermosa, reluciente.
Ella no se percataba nunca de todo esto que él sentía, sin embargo, guardaba todas y cada una de las rosas que desde hacía dos años aparecían cada noche en su cama, preguntándose quién sería el que allí las dejaba.
Sentía temor al pensar en ello, pero, a su vez, curiosidad y fascinación por aquel que tanto le admiraba a ella en secreto.
Él anhelaba con todo su ser poder confesarle sus sentimientos, pero cada día que se sentía listo para hacerlo, justo en el momento en que se dirigía hacia ella, las dudas y los temores le atacaban y el joven se daba media vuelta y huía; porque, ¿Quién iba a aceptar la relación entre ella, una joven hermosa, alegre y atrayente y él, un pobre desamparado, frío y lleno de dolor, con 20 años de muerto?
El joven fantasma le seguía a donde ella fuese, la admiraba, la visitaba y la amaba, así en secreto, mas nunca le confesó su amor.
La hermosa dama, nunca se casó, en espera del día en que su admirador, que cada día seguía aún desde hacía ya 67 años dejándole rosas en su cama, se le confesara por fin.
Y así fue hasta el día de la muerte de la dama, quien una vez por fin dejó este mundo, se pudo reunir con su añorado amante, quien, a pesar de nunca haber charlado, ya se conocían a la perfección el uno al otro.


lunes, 17 de abril de 2017

El niño y el lago

8 de octubre de 1910.
Edmund era un niño de 5 años. Vestía siempre su overol de mezclilla y lucía orgulloso su peinado de medio lado que su madre todas las mañanas le hacía elegantemente.
"Te ves hermoso"- le decía ella siempre que terminaba de peinarle. El niño vivía con ella y su padre a las afueras del pueblo, en una gran casa rodeada de un inmenso bosque y con un lago en la parte trasera. 
Para Edmund no había lugar más hermoso. Todas las mañanas despedía a su padre a la puerta de su casa y se quedaba con su madre pasando el día, ayudándola con los quehaceres y luego jugando con ella todo el día. Su madre siempre sonreía y Edmund sentía que un amanecer no era nada comparado con la sonrisa de su madre. Él quería decírselo, que su madre lo supiera, pero, por alguna extraña razón, cada vez que intentaba decir aunque sea alguna palabra como lo hacían las demás personas, sus labios se movían, pero no había sonido alguno que los acompañase.
A Edmund esto le entristecía, pero rápidamente lo olvidaba, pues su madre lo hacía sentir amado. 
Era un niño feliz.

24 de octubre de 1910.
Desde hace unos días la madre de Edmund casi no sonreía y ya no se asomaba a la puerta con el niño a despedir a su padre, que aún le daba un beso a Edmund en su cabeza cada vez que se iba, pero ya no le decía nada ni tampoco lo veía a los ojos.
El niño se sentía extraño, como si un vacío fuese lo único que ahora habitaba su corazón. 
Cada vez que iba en busca de su madre la encontraba llorando o con la mirada perdida en la ventana de su habitación, hacia el lago, o al menos eso parecía. 
Edmund entraba silencioso y le abrazaba las piernas, entonces ella intentaba limpiarse las lágrimas y disimularlo todo con una sonrisa, aunque ahora a Edmund esa sonrisa le parecía más una noche sin estrellas que un amanecer, y el niño se sentía bien por no poder decírselo. 

11 de noviembre de 1910.
Cuando Edmund despertó, su padre ya se había marchado. Nadie le había dado los buenos días, nadie le había ayudado a vestirse ni a peinarse, así que Edmund decidió hacerlo por su cuenta. 
Cuando por fin consideró que estaba listo, salió de su habitación. Su madre estaba de pie junto al lago, aún en ropas de dormir y mirando hacia la otra orilla, como si hubiese alguien llamándole desde el bosque que se encontraba de aquel lado.
Edmund fue y le abrazó las piernas, no se le ocurría otra cosa que hacer para que su madre fuese la misma de antes, pero esta vez ella pareció no notar su presencia.
Al cabo de un rato el niño se rindió en su intento por llamar la atención de su madre y se marchó a su habitación, observándola desde la ventana. 
Su madre estuvo de pie y nunca desvió la vista hasta que se puso el sol, entonces entró a la casa y arropó a Edmund para que fuese a dormir. Aunque ella lo veía, parecía que no lo miraba a él, sino a algo más allá de su entendimiento.
Edmund sentía mucha hambre, pero decidió ir a dormir sin hacer un solo intento por llamar la atención.
Esa noche, al llegar su padre a casa, Edmund ya estaba dormido, pero un ligero golpe le despertó. Al no escuchar nada más, el niño se asustó y decidió ir a la habitación de sus padres, pero estos no estaban, solo un rastro de un líquido rojo que comenzaba en la habitación vacía y seguía hasta salir de casa, por la puerta trasera. Edmund caminó tras el rastro hasta que vio a su padre abrazando a su madre a la orilla del lago, bajo la luz de la luna. 
El niño comenzó a caminar hacia ellos, sonriente, pero al estar cada vez más cerca, notó que el líquido rojo brotaba de la parte trasera de la cabeza de su madre, a la cual su padre sostenía en brazos, pero ella no parecía moverse. 
Edmund, confundido, caminó suavemente hacia su padre, el cual, al ver al niño lloró amargamente pero sonrió a su vez. 
El padre del niño dejó caer el cadáver de la que fuera su esposa, la cual cayó al suelo como un muñeco que, con ojos vidriosos, miraba al que alguna vez fuera su hijo.
Edmund se quedó inmóvil, sin saber qué había pasado. Solamente esperó a que su padre, con sus manos y ropa llenas de ese líquido rojo lo abrazara.
En ese instante el niño sintió el amor de su padre, y lo abrazó también con mucha fuerza, hasta que este lo alzó en sus brazos, entró con él al lago y lo ahogó.

17 de abril de 2017.
Edmund está aquí, a mi lado.     


domingo, 26 de febrero de 2017

Resignación

Toda la vida he soñado con ser alguien más.
Quisiera a veces creer que hay algo especial en mí. Que valgo la pena. Quisiera soñar con que muchos de mis errores han sido simples ilusiones y que mi verdadero yo por fin despierta a debatirse contra la melancolía de una vacía y efímera vida.
Toda la vida he soñado con que a veces todo sea un juego de dioses que me imaginan y que un día se aburrirán de mí; de esta forma podría al fin dejar de existir.
No sé qué hará el destino en mí, quiero fingir que soy yo quien maneja el verdadero curso de su vida, pero a veces, en mi insensatez; mi clara estupidez, me demuestro a mí mismo que mientras más intente perder el miedo a caer, más me tropezaré en mi propio ser.


miércoles, 22 de febrero de 2017

El Umbral

Desperté esa noche. Quizá no era el momento justo, ni la vida me sonreía, pero sabía que ella estaba allí.
¿Quién era? ¿Por qué me atormentaba de esa manera todos los 13 de mayo?
Comencé a imaginar que quizá estaba enloqueciendo. No hallaba otra explicación a la aparición de ese ser espectral, esa mujer de negro, con sus lágrimas de sangre y su desgarrador llanto.
Su cabello negro le cubría medio rostro, pero algo me decía que yo le había conocido desde hacía mucho tiempo.
Llevaba 10 años apareciendo siempre en la fecha justa. Nada me decía. Solo caminaba a mi lado, fuese día o noche, pero nunca se había comportado de esa manera.
Como si fuese una noche normal, fui a dormir a mi habitación. Desde bien entrado el amanecer ella ya me esperaba en el umbral de la puerta, como cada 13 de mayo desde hace 10 años.
Nunca había intentado entrar en mi habitación, nunca. Aunque me atemorizaba gigantescamente, era como si ese fuese mi refugio, mi santuario, y ella el ángel con la espada de fuego que vigilaba la puerta ante cualquier intruso. Aunque esa mirada que siempre me dirigía estaba muy distante de ser lo que yo habría esperado de un ángel, a veces creía yo ver en ella incluso cierto atisbo de amor, entre todo el dolor y la tristeza que siempre mostraba.
Sin embargo, esa noche, cuando me fui a dormir, a sabiendas de que ella seguía allí, en el umbral, le di la espalda, como había hecho cada noche desde hacía 10 años. Intenté olvidar su presencia y conciliar el sueño, confiaba en que ella, como siempre, no entraría en la habitación.
Mientras conciliaba el sueño, podía escuchar su voz, como si me hablara al oído. Al contrario de lo que pensé, era una voz suave, tierna, dulce. Me decía cuánto me amaba y me preguntaba un por qué.
“¿Por qué? ¿Por qué?”
Retumbaba su voz en mi cabeza y yo, en mi estado de inconsciencia no podía responderle. Y aunque hubiese podido, no sabría qué decirle. ¿A qué se refería?
Desperté. 
Las campanadas del reloj marcaban las diez de la noche. Ella aún debía de seguir allí, en el umbral, no se iría hasta media noche; pero, para mi sorpresa, no estaba en el umbral.
Encendí la lámpara que se encontraba al lado de mi cama, sobre la mesa de noche. Alumbré hacia la puerta, pero, efectivamente ella ya no estaba allí. ¿Qué había pasado? ¿Por fin me había abandonado?
Esto me preguntaba mientras escudriñaba con la vista y la lámpara hacia la puerta. Incluso una sonrisa estaba dibujándose en mis labios, cuando la sentí. Un cuerpo a mi lado, en la cama. ¿Cómo no me había percatado antes?
Allí estaba, justo a mi lado, en la cama, respirando ansiosamente por la boca y completamente empapada. Su olor a podredumbre era indescriptible.
Pero ella me miraba, mas no decía nada, no hacía nada, solo respiraba más y más fuerte por la boca.
“¿QUÉ CARAJOS?”, pensé.
Sentía cómo sus brazos me sujetaban fuertemente de la cintura, tenía una fuerza sobrehumana. Yo solo cerré los ojos y lloré.
“¿Por qué? ¿Por qué?”, comenzó ella, nuevamente. Pero esta vez eran gritos horrendos, desgarradores.
“¿A QUÉ TE REFIERES?”, le grité llorando.
Y, de un momento a otro el ser fantasmal guardó silencio y tocó mi frente con su dedo índice.
Entonces, anonadado y boquiabierto lo supe.
Era ella, la joven hermosa que una vez amé. Hasta su nombre había olvidado.
Diez años habían pasado desde su muerte, pero yo, por alguna razón, en este estúpido manicomio donde me tenían confinado no podía recordarlo.
Tantos momentos pasamos juntos, tantos lindos momentos. Y ahora estaba yo aquí y ella muerta. No lo recuerdo, dicen que la maté.
Supongo que quería saber el por qué lo hice, si nos amábamos.
“No lo sé, ni siquiera recuerdo tu nombre”, fue mi respuesta y comencé a reír.

El ser desapareció y yo, bueno, ni siquiera sé por qué escribo esto.

jueves, 9 de febrero de 2017

Aún duele, aún te quiero

Yo no sé si aún me recuerdas de vez en cuando, si aún me piensas.
Pero yo te pienso cada día, de ti nunca me he olvidado. Aún duele, aún te quiero.
Te amé... Aún lo hago.
Me dijiste que eres feliz y eso es lo que más agradezco al cielo.
Aún visito algunos de nuestros lugares, aún uso nuestra pulsera, aún sueño con vos.
¿Qué he de decir a mi corazón? Este imbécil trozo de carne solo sabe amarte.
Todavía tengo guardado tu número pero ya no lo marco, aún miro tu fotografía pero ya no te puedo acariciar.
¿Qué quieres que te diga? Es esta toda la verdad.
Aún te extraño.
Es increíble como un tiempo tan corto te marca de por vida.
Y yo, jamás me lo perdonaré.


miércoles, 4 de enero de 2017

Esperanza

No sé que ha sido de ti.
Te sueño aún, te extraño todavía más. Pero ya no sé de ti.
El mensaje de navidad no tuvo respuesta. Supongo que ya, poco a poco, decidiste alejarte de mí de una vez por todas, ¿Y quién no lo haría? 
Aún tengo tu número, pero ya no te escribiré más; sin embargo, la esperanza de que un día seas tú quien escriba, aún permanece. También por esto escribo, quizá lo puedas ver algún día, donde sea que estés.
Tu recuerdo sigue siendo para mí la visión más hermosa que puedo llegar a tener, como el toque de un ángel. Pero tú ya ni me recuerdas.
Por cierto, justamente hoy soñé contigo.
Nos decíamos tantas cosas, volvíamos a empezar. Pero eso ahora no es más que una utopía. 
Como te lo he dicho, ya no te escribiré mensajes ni siquiera una vez perdida, supongo que debo de quererme un poco, pero la esperanza de que volvamos a encontrarnos como la primera vez que te vi, aún permanece. 
Y no se irá...