lunes, 16 de julio de 2018

La novia del lago

Es cierto que la casa ya estaba algo vieja. Sus pisos crujían al caminar, la tubería funcionaba con irregularidad y la puerta de la azotea no abría.
Si bien es cierto que una mano de pintura no le habría venido nada mal, es mi deber admitir también que tenía sus aspectos positivos. Por ejemplo, era ya una casa con historia, construida a finales del siglo XIX por una familia de hacendados. Además, el terreno era lo bastante amplio; lo suficiente como para construir fácilmente tres casas más, rodeado por un bosque majestuoso de pinos y con un lago en su parte trasera. Por último, y lo que es más importante, esa vieja casa, era mía. 
Llevaba alrededor de cinco años ahorrando dinero con lo poco que ganaba de los escritos que publicaba, y en cuanto vi el anuncio que mostraba la casa en venta, no lo dudé y la compré.
Era la casa, a mis ojos, un lugar espectacular. Constaba de un armazón completamente de madera, dos plantas, un gran corredor y una gran chimenea de ladrillo que sobresalía sobre su techo. 
Al entrar por la gran puerta principal se llegaba a la sala de estar, donde una lámpara de cristal colgaba del techo cual gigantesca araña y las paredes estaban revestidas de un viejo papel tapiz con motivos de flores que una vez eran rojas, pero ahora, por acción del paso del tiempo, eran más bien sepias. 
Al fondo a la derecha de la sala de estar se encontraba la puerta que llevaba hacia la cocina y que, a su vez, conectaba con la parte trasera de la casa. Asimismo, al fondo a la izquierda se encontraban las escaleras que conectaban con la segunda planta de la casa. Además, justo al ingresar por la puerta principal, se podía encontrar a la izquierda el comedor, que tenía también una puerta que conectaba con la cocina y, a la derecha, la biblioteca, mi orgullo más grande; donde acostumbraba escribir mis relatos.
En cuanto a la segunda planta, su composición era sencilla: Constaba solamente de una gran pasillo que recorría la casa de lado a lado, en el cual se repartían las ocho habitaciones del inmueble y que justo al extremo derecho de éste se encontraban unas gradas que daban a la puerta de la azotea, la cual estaba cerrada fuertemente desde que llegué.
Esta era en realidad el único aspecto que me inquietaba de la que ahora era mi casa, pero nunca pregunté nada a los antiguos dueños antes de comprarla ya que el precio realmente era muy bajo y no quería perder la oportunidad de adquirir una casa como esa.
Transcurrió un año desde la adquisición de mi querido hogar y todo había marchado a la perfección: las tuberías funcionaban de maravilla, la instalación eléctrica no daba fallos y no había ni una sola gotera. Incluso el baño, que se encontraba unos 20 metros separado de la casa, funcionaba de excelente manera.
Y en esto estaba con mi cómoda vida, escribiendo y disfrutando de la paz que mi amada casa me brindaba, cuando todo comenzó.
Juro por lo más sagrado que no estoy loco y que estas palabras son fidedignas, so pena de muerte si es que mintiera en algo.
Una noche realmente fría, la ventana de mi habitación, que daba hacia el lago, dejó entrar un resplandor azulado.
Aún no estaba dormido, sino que meditaba recostado en mi cama sobre mi siguiente escrito. Me levanté presuroso y observé. La noche estaba realmente calma. El cielo estaba totalmente despejado y la luna llena brillaba con todo su esplendor en lo más alto de aquella oscura bóveda.
Atribuí el resplandor al reflejo de la gran luna sobre el lago, hasta que, al volver la mirada hacia el cuerpo de agua, quedé petrificado.
Lo que vi en ese momento quedará por siempre en mi memoria. Aún se me eriza la piel al pensar en ello.
Justo en el centro del lago, de pie, había una figura femenina. Parecía ser una mujer vestida de novia; con su vestido blanco y su cabello negro, largo y suelto. 
Boquiabierto, restregué mis ojos, el sueño debía de estarme jugando una mala pasada, pero al volver a abrirlos, esa figura seguía allí y parecía observarme.
Un terror indescriptible se apoderó de mi cuando la mujer bajó la cabeza y comenzó a caminar sobre el agua en dirección a mi casa. No pude moverme, tan solo me limité a observar, cada vez más presa de un horror profundo. 
La horrenda figura (al menos así se manifestaba a mis ojos), caminó desde el centro del lago hasta la orilla que estaba a unos cuantos metros de mi casa. Se detuvo un momento y contuve la respiración, mientras rogaba a Dios que desapareciera; pero, en lugar de esfumarse, nuevamente volvió a mirarme. 
La mujer, o lo que fuese eso, ahora sonreía de tal manera que se me antojó el rostro de un demonio. Su sonrisa acaparaba su rostro de tal forma que parecía ser casi la mitad de su cara mientras sus ojos parecían estar a punto de desorbitarse. 
No pude hacer nada. Mi mente me pedía a gritos que saliera de allí corriendo, pero mi cuerpo no reaccionaba.
Entonces la mujer, esta vez sin bajar la cabeza y con su macabra sonrisa, volvió a reanudar su marcha: Se dirigía hacia la puerta trasera de mi casa. Conforme avanzaba no dejaba de mirarme cual gárgola dispuesta a convertirme en piedra, mientras acortaba cada vez más la distancia.
Cuando por fin llegó frente a la puerta, justo a los pies de mi ventana, bajó nuevamente la cabeza y se quedó allí, como si fuese una estatua.
Pasaron unos minutos que para mi eran horas eternas, hasta que, finalmente esa figura femenina, esa novia infernal que estaba allí justo bajo mis pies... Entró en mi casa.
Debo de confesar que todo lo que pude hacer fue poner doble paso a la puerta de mi cuarto y mover mi mesa de noche hacia la puerta, aunque no estaba seguro de si eso podría evitar que ese horrendo ser entrara en mi habitación.
Me senté en mi cama y comencé a llorar, intentando convencerme de que todo esto no había pasado, hasta que comencé a escuchar pisadas que venían de la escalera la cual, justamente, finalizaba frente a la puerta de mi habitación. Nuevamente quedé en silencio mientras escuchaba como las pisadas hacían crujir el piso de madera, lenta y pesadamente.
Contuve la respiración cuando las pisadas se detuvieron frente a mi puerta, pero cuando comencé a escuchar arañazos sobre esta junto con los sollozos de una mujer, comencé a gritar como desquiciado y me alejé hacia una de las esquinas de mi habitación intentando tomar valor. 
"¡Piensa, piensa!"- me dije a mi mismo. Entonces corrí hacia la ventana, la abrí y cerré los ojos un momento. Estaba decidido a saltar cuando noté que todo el alboroto había cesado. 
Abrí los ojos y cual fue mi asombro al percatarme de que ya había amanecido. El sol estaba asomando y todo comenzaba a iluminarse poco a poco. Una profunda paz y calma se habían apoderado de mi, respiré profundo y solté un suspiro.
Tenía que largarme de allí, pero podría hacerlo por la puerta de mi cuarto y las escaleras que daban hasta la puerta principal. Quité la mesa de noche de mi puerta y quité también el doble paso. Abrí la puerta con la esperanza de no ver más a esa mujer y, efectivamente, ya no se encontraba allí, aunque las marcas en la puerta de cuarto eran evidencia de que lo que había pasado había sido real. Cerré la puerta de mi habitación y suspiré aliviado.
Me disponía a marcharme cuando, de pronto, escuché como el piso del pasillo crujía. "No puede ser", pensé y volví la mirada hacia mi derecha, pero no vi a esa mujer vestida de novia. 
Lo que vi tampoco lograré olvidarlo hasta el fin de mis días: De cada puerta de los cuartos del pasillo, salió una figura humana; hombres, mujeres y niños, vestidos con viejos ropajes, pálidos como la nieve y con dos agujeros tan oscuros como la boca de un lobo donde debía de estar sus ojos.
Horrorizado, volví a mirar hacia mi izquierda. De allí también salían seres fantasmales, pero, lo que vi por último, me aterró aún más que cualquier otra cosa. Justo en la puerta de la azotea, asomaba una figura masculina, vomitando sangre y también con las cuencas de los ojos vacías. Me encontraba desesperado, hasta que lo observé bien, entonces comencé a llorar. Esa figura masculina que se acercaba vomitando sangre a cada paso, ese hombre destrozado y salido de infierno mismo, ese hombre... Era yo.

Diego Alberto Araya Rodríguez. 16/07/2018