domingo, 26 de febrero de 2017

Resignación

Toda la vida he soñado con ser alguien más.
Quisiera a veces creer que hay algo especial en mí. Que valgo la pena. Quisiera soñar con que muchos de mis errores han sido simples ilusiones y que mi verdadero yo por fin despierta a debatirse contra la melancolía de una vacía y efímera vida.
Toda la vida he soñado con que a veces todo sea un juego de dioses que me imaginan y que un día se aburrirán de mí; de esta forma podría al fin dejar de existir.
No sé qué hará el destino en mí, quiero fingir que soy yo quien maneja el verdadero curso de su vida, pero a veces, en mi insensatez; mi clara estupidez, me demuestro a mí mismo que mientras más intente perder el miedo a caer, más me tropezaré en mi propio ser.


miércoles, 22 de febrero de 2017

El Umbral

Desperté esa noche. Quizá no era el momento justo, ni la vida me sonreía, pero sabía que ella estaba allí.
¿Quién era? ¿Por qué me atormentaba de esa manera todos los 13 de mayo?
Comencé a imaginar que quizá estaba enloqueciendo. No hallaba otra explicación a la aparición de ese ser espectral, esa mujer de negro, con sus lágrimas de sangre y su desgarrador llanto.
Su cabello negro le cubría medio rostro, pero algo me decía que yo le había conocido desde hacía mucho tiempo.
Llevaba 10 años apareciendo siempre en la fecha justa. Nada me decía. Solo caminaba a mi lado, fuese día o noche, pero nunca se había comportado de esa manera.
Como si fuese una noche normal, fui a dormir a mi habitación. Desde bien entrado el amanecer ella ya me esperaba en el umbral de la puerta, como cada 13 de mayo desde hace 10 años.
Nunca había intentado entrar en mi habitación, nunca. Aunque me atemorizaba gigantescamente, era como si ese fuese mi refugio, mi santuario, y ella el ángel con la espada de fuego que vigilaba la puerta ante cualquier intruso. Aunque esa mirada que siempre me dirigía estaba muy distante de ser lo que yo habría esperado de un ángel, a veces creía yo ver en ella incluso cierto atisbo de amor, entre todo el dolor y la tristeza que siempre mostraba.
Sin embargo, esa noche, cuando me fui a dormir, a sabiendas de que ella seguía allí, en el umbral, le di la espalda, como había hecho cada noche desde hacía 10 años. Intenté olvidar su presencia y conciliar el sueño, confiaba en que ella, como siempre, no entraría en la habitación.
Mientras conciliaba el sueño, podía escuchar su voz, como si me hablara al oído. Al contrario de lo que pensé, era una voz suave, tierna, dulce. Me decía cuánto me amaba y me preguntaba un por qué.
“¿Por qué? ¿Por qué?”
Retumbaba su voz en mi cabeza y yo, en mi estado de inconsciencia no podía responderle. Y aunque hubiese podido, no sabría qué decirle. ¿A qué se refería?
Desperté. 
Las campanadas del reloj marcaban las diez de la noche. Ella aún debía de seguir allí, en el umbral, no se iría hasta media noche; pero, para mi sorpresa, no estaba en el umbral.
Encendí la lámpara que se encontraba al lado de mi cama, sobre la mesa de noche. Alumbré hacia la puerta, pero, efectivamente ella ya no estaba allí. ¿Qué había pasado? ¿Por fin me había abandonado?
Esto me preguntaba mientras escudriñaba con la vista y la lámpara hacia la puerta. Incluso una sonrisa estaba dibujándose en mis labios, cuando la sentí. Un cuerpo a mi lado, en la cama. ¿Cómo no me había percatado antes?
Allí estaba, justo a mi lado, en la cama, respirando ansiosamente por la boca y completamente empapada. Su olor a podredumbre era indescriptible.
Pero ella me miraba, mas no decía nada, no hacía nada, solo respiraba más y más fuerte por la boca.
“¿QUÉ CARAJOS?”, pensé.
Sentía cómo sus brazos me sujetaban fuertemente de la cintura, tenía una fuerza sobrehumana. Yo solo cerré los ojos y lloré.
“¿Por qué? ¿Por qué?”, comenzó ella, nuevamente. Pero esta vez eran gritos horrendos, desgarradores.
“¿A QUÉ TE REFIERES?”, le grité llorando.
Y, de un momento a otro el ser fantasmal guardó silencio y tocó mi frente con su dedo índice.
Entonces, anonadado y boquiabierto lo supe.
Era ella, la joven hermosa que una vez amé. Hasta su nombre había olvidado.
Diez años habían pasado desde su muerte, pero yo, por alguna razón, en este estúpido manicomio donde me tenían confinado no podía recordarlo.
Tantos momentos pasamos juntos, tantos lindos momentos. Y ahora estaba yo aquí y ella muerta. No lo recuerdo, dicen que la maté.
Supongo que quería saber el por qué lo hice, si nos amábamos.
“No lo sé, ni siquiera recuerdo tu nombre”, fue mi respuesta y comencé a reír.

El ser desapareció y yo, bueno, ni siquiera sé por qué escribo esto.

jueves, 9 de febrero de 2017

Aún duele, aún te quiero

Yo no sé si aún me recuerdas de vez en cuando, si aún me piensas.
Pero yo te pienso cada día, de ti nunca me he olvidado. Aún duele, aún te quiero.
Te amé... Aún lo hago.
Me dijiste que eres feliz y eso es lo que más agradezco al cielo.
Aún visito algunos de nuestros lugares, aún uso nuestra pulsera, aún sueño con vos.
¿Qué he de decir a mi corazón? Este imbécil trozo de carne solo sabe amarte.
Todavía tengo guardado tu número pero ya no lo marco, aún miro tu fotografía pero ya no te puedo acariciar.
¿Qué quieres que te diga? Es esta toda la verdad.
Aún te extraño.
Es increíble como un tiempo tan corto te marca de por vida.
Y yo, jamás me lo perdonaré.