Desperté esa noche. Quizá no era el
momento justo, ni la vida me sonreía, pero sabía que ella estaba allí.
¿Quién era? ¿Por qué me atormentaba
de esa manera todos los 13 de mayo?
Comencé a imaginar que quizá estaba
enloqueciendo. No hallaba otra explicación a la aparición de ese ser espectral,
esa mujer de negro, con sus lágrimas de sangre y su desgarrador llanto.
Su cabello negro le cubría medio
rostro, pero algo me decía que yo le había conocido desde hacía mucho tiempo.
Llevaba 10 años apareciendo siempre
en la fecha justa. Nada me decía. Solo caminaba a mi lado, fuese día o noche,
pero nunca se había comportado de esa manera.
Como si fuese una noche normal, fui a
dormir a mi habitación. Desde bien entrado el amanecer ella ya me esperaba en
el umbral de la puerta, como cada 13 de mayo desde hace 10 años.
Nunca había intentado entrar en mi
habitación, nunca. Aunque me atemorizaba gigantescamente, era como si ese fuese
mi refugio, mi santuario, y ella el ángel con la espada de fuego que vigilaba
la puerta ante cualquier intruso. Aunque esa mirada que siempre me dirigía estaba
muy distante de ser lo que yo habría esperado de un ángel, a veces creía yo ver
en ella incluso cierto atisbo de amor, entre todo el dolor y la tristeza que
siempre mostraba.
Sin embargo, esa noche, cuando me fui
a dormir, a sabiendas de que ella seguía allí, en el umbral, le di la espalda,
como había hecho cada noche desde hacía 10 años. Intenté olvidar su presencia y
conciliar el sueño, confiaba en que ella, como siempre, no entraría en la
habitación.
Mientras conciliaba el sueño, podía
escuchar su voz, como si me hablara al oído. Al contrario de lo que pensé, era
una voz suave, tierna, dulce. Me decía cuánto me amaba y me preguntaba un por
qué.
“¿Por qué? ¿Por qué?”
Retumbaba su voz en mi cabeza y yo,
en mi estado de inconsciencia no podía responderle. Y aunque hubiese podido, no
sabría qué decirle. ¿A qué se refería?
Desperté.
Las campanadas del reloj marcaban las
diez de la noche. Ella aún debía de seguir allí, en el umbral, no se iría hasta
media noche; pero, para mi sorpresa, no estaba en el umbral.
Encendí la lámpara que se encontraba
al lado de mi cama, sobre la mesa de noche. Alumbré hacia la puerta, pero,
efectivamente ella ya no estaba allí. ¿Qué había pasado? ¿Por fin me había
abandonado?
Esto me preguntaba mientras
escudriñaba con la vista y la lámpara hacia la puerta. Incluso una sonrisa
estaba dibujándose en mis labios, cuando la sentí. Un cuerpo a mi lado, en la
cama. ¿Cómo no me había percatado antes?
Allí estaba, justo a mi lado, en la
cama, respirando ansiosamente por la boca y completamente empapada. Su olor a
podredumbre era indescriptible.
Pero ella me miraba, mas no decía
nada, no hacía nada, solo respiraba más y más fuerte por la boca.
“¿QUÉ CARAJOS?”, pensé.
Sentía cómo sus brazos me sujetaban
fuertemente de la cintura, tenía una fuerza sobrehumana. Yo solo cerré los ojos
y lloré.
“¿Por qué? ¿Por qué?”, comenzó ella,
nuevamente. Pero esta vez eran gritos horrendos, desgarradores.
“¿A QUÉ TE REFIERES?”, le grité
llorando.
Y, de un momento a otro el ser fantasmal
guardó silencio y tocó mi frente con su dedo índice.
Entonces, anonadado y boquiabierto lo
supe.
Era ella, la joven hermosa que una
vez amé. Hasta su nombre había olvidado.
Diez años habían pasado desde su muerte,
pero yo, por alguna razón, en este estúpido manicomio donde me tenían confinado
no podía recordarlo.
Tantos momentos pasamos juntos,
tantos lindos momentos. Y ahora estaba yo aquí y ella muerta. No lo recuerdo,
dicen que la maté.
Supongo que quería saber el por qué
lo hice, si nos amábamos.
“No lo sé, ni siquiera recuerdo tu
nombre”, fue mi respuesta y comencé a reír.
El ser desapareció y yo, bueno, ni
siquiera sé por qué escribo esto.