jueves, 17 de noviembre de 2016

Liberación de un alma de luz

-  ¿Y si te digo que ella murió, me creerías?
-          Imposible, ni hablar, justo anoche vino a visitarme. Llegó, y tocó a mi puerta. No quise abrir, pero sé que era ella, su llanto era el mismo de la noche anterior y la tras anterior. Ese llanto, impregnado de melancolía, dolor y tristeza, el mismo que escuché cuando sentía su calor rojo correr por mi piel.
-          Seguramente has de haberla querido mucho, estoy en plena seguridad de ello.
-          Así es, por eso fue que me dediqué a liberarla… ¡Tan hermosa, cual ruiseñor que canta por mi ventana al amanecer del día sexto!
-          ¿Liberarla? ¿Por qué ibas a liberarla?
-          Ese cuerpo “perfecto” que muchos alababan, ¡ciegos mundanos! Era su jaula, su cárcel de huesos, piel y carne. Su verdadera libertad estaba en su alma, y por medio de su mirada y su sonrisa a gritos ella me lo pedía.
-          Cuéntame, ¿cómo fue la primera vez que la viste?
-          Jamás lo olvidaré. Deambulaba yo por el parque, con una botella de vino bajo el brazo, y me detuve bajo un árbol. El sol de la tarde se reflejaba hermoso en el lago, era un buen día para escribir. Me sentía alegre, mi próximo libro sería publicado la semana entrante; sin embargo, quería escribir algunos poemas, como hacía mucho no lo realizaba.
-          Muy bien, recuerdo que tus poemas eran bastante buenos…
-          ¿Bastante buenos? No, amigo, eran horribles, como este rostro fétido que ahora ves; pero sin embargo, cuando la vi a ella, pude notar que todo lo que ocupaba era un poco de inspiración.
-          ¿Fue ella la musa que ocupabas?
-          Efectivamente… ¡La mejor musa que pudo haber existido! Ni en los sueños más hermosos de Orión pudo haberse manifestado un ser tan hermoso. Magnífica, de una belleza inimaginable. Tanto así que no podría describirla de buena manera si no tuviese yo un nuevo idioma que solo los dioses del amor y el erotismo  pudiesen entender.
-          Realmente hermosa, sí. Cada vez que veo sus fotografías en el expediente me parece que su belleza era equiparable a un ser celestial.
-          ¡Los seres celestiales son poco comparados a su lado! Ellos le envidian sin duda.
-          Hablas de ella como si aún estuviera aquí, con nosotros.
-          Ella no se ha ido… La siento cada noche, me visita en sueños. Con esa sonrisa hermosa, esa sonrisa cual marfil cegador, ni la misma Virgen católica podría compararse con ella.
-          Ya veo… Sin embargo, volvamos al tema, ¿Cómo la conociste?
-          Eso es un sinsentido, la conozco desde el inicio de mi efímera existencia. Ella nació para mí, y yo para ella. Esa vez que le vi en el parque, con sus lentes de marco negro, su gorro café, su cabello castaño y su boca roja cual rubí, solamente fue nuestro reencuentro. Al verla leyendo bajo el árbol que se encontraba a unos cuantos metros frente a mí, ¡al ver que leía uno de mis libros! ¿Cómo no íbamos a estar destinados?
-          Era ella una gran admiradora tuya, según pude averiguar. Tenía todos tus libros, y según nos contaste la semana pasada, el día que le diste el manuscrito del libro en el que trabajabas para que te diera su opinión, la hiciste la mujer más feliz del mundo.
-          En efecto, recuerdo ese día. Me abrazó y sonreía como si le estuviera yo revelando el secreto de la felicidad eterna.
-          Pero entonces… ¿Por qué?
-          ¿Por qué, qué?
-          ¡La asesinaste! Hundiste un cuchillo en su corazón, y no bastándote con ello, la apuñalaste otras 9 veces, con una furia tal, que los forenses no supieron bien cómo suturar las heridas, como si le faltaran pedazos que el cuchillo mismo se comió.
-          ¡No! ¡No la asesiné! ¡La liberé! Ella me lo pedía… ¿No lo puedes entender? Su sonrisa y su mirada me decían que la liberara, y yo, que tanto la amaba, ¿Cómo iba a negarme a ello? Cuando su sangre me bañaba el rostro y el cuerpo entero, supe que había hecho bien; en su mirada no había ya ningún brillo, y su sonrisa se había apagado: Había yo liberado su alma de esa jaula, de ese monstruo que le mantenía en decadencia, mi trabajo estaba hecho.
-          Asesinaste a la única persona que te ha querido en la vida…
-          ¡Cállate! Si no me puedes entender, eres solo un ciego más; un esclavo de la ignorancia. Ella era una diosa, no podía ser de nadie, ni siquiera mía. Yo no la merecía, así que la dejé ir esa noche, bajo esa lámpara del parque… El mismo parque donde la conocí…    


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