lunes, 17 de abril de 2017

El niño y el lago

8 de octubre de 1910.
Edmund era un niño de 5 años. Vestía siempre su overol de mezclilla y lucía orgulloso su peinado de medio lado que su madre todas las mañanas le hacía elegantemente.
"Te ves hermoso"- le decía ella siempre que terminaba de peinarle. El niño vivía con ella y su padre a las afueras del pueblo, en una gran casa rodeada de un inmenso bosque y con un lago en la parte trasera. 
Para Edmund no había lugar más hermoso. Todas las mañanas despedía a su padre a la puerta de su casa y se quedaba con su madre pasando el día, ayudándola con los quehaceres y luego jugando con ella todo el día. Su madre siempre sonreía y Edmund sentía que un amanecer no era nada comparado con la sonrisa de su madre. Él quería decírselo, que su madre lo supiera, pero, por alguna extraña razón, cada vez que intentaba decir aunque sea alguna palabra como lo hacían las demás personas, sus labios se movían, pero no había sonido alguno que los acompañase.
A Edmund esto le entristecía, pero rápidamente lo olvidaba, pues su madre lo hacía sentir amado. 
Era un niño feliz.

24 de octubre de 1910.
Desde hace unos días la madre de Edmund casi no sonreía y ya no se asomaba a la puerta con el niño a despedir a su padre, que aún le daba un beso a Edmund en su cabeza cada vez que se iba, pero ya no le decía nada ni tampoco lo veía a los ojos.
El niño se sentía extraño, como si un vacío fuese lo único que ahora habitaba su corazón. 
Cada vez que iba en busca de su madre la encontraba llorando o con la mirada perdida en la ventana de su habitación, hacia el lago, o al menos eso parecía. 
Edmund entraba silencioso y le abrazaba las piernas, entonces ella intentaba limpiarse las lágrimas y disimularlo todo con una sonrisa, aunque ahora a Edmund esa sonrisa le parecía más una noche sin estrellas que un amanecer, y el niño se sentía bien por no poder decírselo. 

11 de noviembre de 1910.
Cuando Edmund despertó, su padre ya se había marchado. Nadie le había dado los buenos días, nadie le había ayudado a vestirse ni a peinarse, así que Edmund decidió hacerlo por su cuenta. 
Cuando por fin consideró que estaba listo, salió de su habitación. Su madre estaba de pie junto al lago, aún en ropas de dormir y mirando hacia la otra orilla, como si hubiese alguien llamándole desde el bosque que se encontraba de aquel lado.
Edmund fue y le abrazó las piernas, no se le ocurría otra cosa que hacer para que su madre fuese la misma de antes, pero esta vez ella pareció no notar su presencia.
Al cabo de un rato el niño se rindió en su intento por llamar la atención de su madre y se marchó a su habitación, observándola desde la ventana. 
Su madre estuvo de pie y nunca desvió la vista hasta que se puso el sol, entonces entró a la casa y arropó a Edmund para que fuese a dormir. Aunque ella lo veía, parecía que no lo miraba a él, sino a algo más allá de su entendimiento.
Edmund sentía mucha hambre, pero decidió ir a dormir sin hacer un solo intento por llamar la atención.
Esa noche, al llegar su padre a casa, Edmund ya estaba dormido, pero un ligero golpe le despertó. Al no escuchar nada más, el niño se asustó y decidió ir a la habitación de sus padres, pero estos no estaban, solo un rastro de un líquido rojo que comenzaba en la habitación vacía y seguía hasta salir de casa, por la puerta trasera. Edmund caminó tras el rastro hasta que vio a su padre abrazando a su madre a la orilla del lago, bajo la luz de la luna. 
El niño comenzó a caminar hacia ellos, sonriente, pero al estar cada vez más cerca, notó que el líquido rojo brotaba de la parte trasera de la cabeza de su madre, a la cual su padre sostenía en brazos, pero ella no parecía moverse. 
Edmund, confundido, caminó suavemente hacia su padre, el cual, al ver al niño lloró amargamente pero sonrió a su vez. 
El padre del niño dejó caer el cadáver de la que fuera su esposa, la cual cayó al suelo como un muñeco que, con ojos vidriosos, miraba al que alguna vez fuera su hijo.
Edmund se quedó inmóvil, sin saber qué había pasado. Solamente esperó a que su padre, con sus manos y ropa llenas de ese líquido rojo lo abrazara.
En ese instante el niño sintió el amor de su padre, y lo abrazó también con mucha fuerza, hasta que este lo alzó en sus brazos, entró con él al lago y lo ahogó.

17 de abril de 2017.
Edmund está aquí, a mi lado.     


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